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viernes, 22 de julio de 2011

Horizontes, (IV)


Trece años habia guardado con desdén el mapa entre un par de tablas que me servian como una biblioteca improvisada, en la pequeña bohardilla que supe conocer como mi morada. Todos los dias le volvia a hechar un vistazo al volver de los muelles, el lugar en el que los pobladores me dejaron trabajar desde que me encontraron hace 5 años en la bahia. Dia tras dia cargaba las pesadas cajas de especias, materiales y alimentos desde los enormes almacenes hasta los buques que se disponian a atravesar el mar. Esta isla siempre fue la unica parada entre el continente y la frontera, el limite donde los mapas solo saben hasta el dia de hoy conjeturar y se vuelven suposiciones curvilineas y poco explicitas y las distancias y los rumbos son remotamente ajenos a toda confianza.

Es curioso, pues por mas peligroso que sea zarpar mas alla del este horizonte cartografico, muchisimos barcos emprenden viaje hacia este, hacia la tierra desconocida, donde las dudas son equivalentes tanto a peligros desconocidos como a tesoros incalculables. Nadie sabe que habra aun allí, del otro lado, donde nada deberia necesariamente como lo conocemos, y lo obvio y lo obtuso se vuelven nociones chistosas e inabarcables. He soñado usar el mapa cientos de veces, mientras lo sondaba analiticamente, escudriñandolo como a un enemigo, intentando ver que habia mas alla de sus trazos, de sus promesas. ¿Habría sido realmente el testimonio de uno de los pocos aventureros en haber regresado del otro lado del oceano? Y aunque asi lo fuese, ¿que habria logrado? ¿que clase de dicha o de muerte prometia aquel extraño jeroglifico tachado al costado el monte, debajo de la cascada, al final del pantano, tras los fines del bosque que se detenian al filo del acantilado que coronaba las olas de un mar que no conocia mensura, y bien podria estar perdido, en ese profundo espacio incalculable que trascendia la experiencia?

Y asi pase los meses, explorando mis ideas y suposiciones mientras me cargaba de mas y mas preguntas inutiles, hasta el inevitable dia donde pude escuchar aquel conversación en la bodega del mas rutinario barco mercante que jamas hubiera visto. Aquel pacto clandestino, que habria de llevarme del otro lado de la delgada linea que separaba mi estrecho y estatico mundo de agradecimiento laborioso y el oscuro y tentador desfiladero que era lo desconocido. Del otro lado ese signo aguardaba el prometido regreso, que este pedazo de papiro habia concebido hacia algun tiempo atrás, marcando la hora donde alguien habria de regresar, a terminar un inconcluso indeterminado.